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Meru-KeepAlive's avatar
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Ezer llegó a los dormitorios del Castillo de los Sueños casi jadeando después de la carrera desde las caballerizas. Había intentando apurar el viaje lo más rápido posible, asaltado siempre por la posibilidad de que la persona a la que buscaba hubiese decidido salir en una misión justo ese mismo día. Después del tiempo que habían pasado separados, ahora le preocupaba más que nunca no encontrarle. Abrió de un tirón la puerta corredera, atrayendo las miradas de algunos compañeros de dormitorios que estaban descansando después de los entrenamientos. Miró alrededor casi a la desesperada, intentando encontrar una cabellera pelirroja entre el resto, pero nada.
Remiel no estaba allí.
Suspiró con hastío mientras volvía a cerrar la puerta, sin hacer caso a las preguntas que le lanzaron los demás, y se encaminó todo lo rápido que pudo hacia el tablón en el que estaban marcadas las misiones disponibles. Al menos así podría saber cuándo había partido y a dónde, tal vez Remiel estuviese a punto de volver...
Sacudió la cabeza con energía, de modo que los mechones más largos de pelo le rozaron las mejillas y la punta de la nariz. Tenía que tomarse las cosas con calma. Acababa de volver de un viaje largo y aún estaba tratando de asimilar lo que ahora sabía que era. Tal vez fuese mejor tener que esperar un poco antes de encontrarse con Remiel, esperar a que estuviese más tranquilo y pudiese explicarse. Nunca había trabajado bien bajo presión. Así al menos tendría tiempo de pensar qué era exactamente lo que quería decirle.
Examinó el tablón detenidamente, mientras cambiaba el peso del cuerpo de una pierna a la otra para evitar el dolor que se le clavaba en las pantorrillas. No reconocía ninguno de los nombres que aparecían en las misiones en curso. Revisó un par de veces más todas las notas, por si acaso se le había escapado alguna. No. Nada. Torció el gesto y miró alrededor, como esperando a que hubiese alguien a quién poder preguntar, pero estaba solo en el pasillo.
“¿Y ahora qué?” se dijo. Había dado media vuelta en su viaje simplemente para poder disculparse con él.  A lo mejor había sido una reacción precipitada. Aunque no podía decir que se arrepintiese de no volver a casa. Ahora sabía por qué no iba a ser bien recibido.
Se dijo que tal vez podría dejarle una nota a Remiel entre sus cosas, para que la viese al volver y se encargase él de buscarle, de modo que, con la su bolsa aún a la espalda, arrastró los pies hasta el jardín en busca de una zona de sombra en la que huir del calor. A falta de un soporte mejor, sacó uno de los sellos que le habían sobrado de alguna misión anterior y que, de todos modos, ya no iba a utilizar.
¿Qué era lo que quería poner en la nota? Tampoco podía ser nada demasiado específico, porque corría el riesgo de que cayese en manos de algún otro compañero. Se rascó la frente por debajo de las vendas, al notar un molesto pinchazo en su marca.

     Rem

Se detuvo un momento. Tras un par de segundos, escribió el resto del nombre.

      Remiel, sé lo que soy  sé qué es lo que pasa. Necesito hablar contigo lo antes que puedas. Búscame cuando vuelvas. No sé a dónde te has ido, pero he estado

                                                         Ezer


Con eso sería suficiente. Dobló el sello y se lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón con intención de dejarlo en los dormitorios más tarde. Vio una sombra moverse en algún punto a su derecha, y al alzar la mirada hacia el porche vio la figura de Hëkathe avanzando tranquilamente por el jardín. No parecía haberle visto. Alzó una mano y la llamó, haciéndole una seña para que se acercase. Ella ni siquiera dio señales de haberse sorprendido o de alegrarse de verle, pero a esas alturas Ezer ya se había acostumbrado al carácter complicado de la arquera. Le acarició el lomo a Fenrir cuando llegó a su lado, mientras pensaba en una forma rápida y sencilla de hacer la pregunta que quería formular.
-Has vuelto pronto -comentó la joven, arqueando una ceja-. Pensé que pasarías un par de días en casa.
-Ah... ya -se pasó una mano por el pelo, esbozando una sonrisa nerviosa-. Tuve que cambiar de planes. Oye, Hëkathe -la miró a los ojos, aún dudando-. Mmm....
-¿Te pasa algo?
Ezer apretó los dientes un momento, mirándola detenidamente por primera vez desde que se habían encontrado en el examen. Todo en la expresión de su compañera era indiferencia, y aún así sabía que no habría sido capaz de lastimarla conscientemente. No habría podido golpear a una chica, aunque fuese más fuerte que él.
Suspiró con suavidad y apretó los puños un momento.
-Yo... Si he actuado de algún modo extraño contigo, o si he intentado... -bajó un poco el tono de voz- hacerte daño, yo...
Hëkathe pareció sorprenderse ligeramente. Pero no era la clase de sorpresa que esperaba.
-Oh, ¿ya te lo han dicho?
Él parpadeó despacio.
-¿Cómo que...? ¡¿Sabías qué era lo que me pasaba?!
-Era un poco difícil no darse cuenta -comentó, con cierto tono de sarcasmo.
-... ¿Y no te pareció oportuno decírmelo?
-Estábamos en mitad de una misión, tal vez tenerte traumatizado en el campo de batalla no era lo más adecuado -replicó, encogiéndose de hombros-. Además, tus problemas internos son cosa tuya. Mientras no te metas en mi camino, no me importa cuántas personalidades distintas tengas.
Ezer torció el gesto, molesto por la respuesta. Después del tiempo que habían pasado juntos, esperaba que, por lo menos, mostrase un poco más de interés en lo que le pasaba. No estaba pidiendo que se preocupase por él, pero...
Antes de darle tiempo a añadir nada más, y sin siquiera despedirse, Hëkathe dio media vuelta y siguió con su camino en dirección a las pistas de entrenamiento. El chico tardó un momento en reaccionar.
-¡Eh! -exclamó, saliendo tras ella.
La arquera se giró en su dirección con cara de pocos amigos. Todo a su alrededor era hostilidad, y fue precisamente esa sensación lo que hizo detenerse a Ezer a una distancia prudente. Estaba completamente seguro de que si se acercaba más de la cuenta su compañera le dejaría inconsciente. Alzó las manos despacio, como si quisiese demostrarle que no quería hacerle nada. Fenrir le miraba con curiosidad, pegado a las piernas de su ama, con esos enormes ojos dorados que parecían llegar hasta el último rincón de su alma.
-Lo siento -dijo Ezer con voz queda-. En serio -cogió aire despacio, intentando tranquilizarse. Acababa de darse cuenta de que no tenía ni idea de cuál era la forma adecuada de tratar con Hëkathe, y ahora eso se estaba volviendo un problema. No quería estropear más las cosas. Y sobre todo no quería que aquello terminase con uno de los dos lastimado. Seguramente él-. Me gustaría que...
Pareció que el resto de la frase se quedaba atascada al fondo de su garganta. Ezer notó que los labios le temblaban ligeramente y que su visión comenzaba a nublarse. Esa fue la primera que fue consciente, aunque vagamente, de que perdía el control de sí mismo.
Aunque no pudo hacer nada para remediarlo.
El color de su cabello cambió drásticamente al negro y sus ojos se tiñeron de rojo pero, aún así, su otro yo seguía manteniendo la misma expresión de sorpresa que había dejado Ezer al “marcharse”. El otro arqueó las cejas, con los ojos abiertos de par en par, mirándose las manos como si no pudiese entender el cambio que acababa de sufrir. Una amplia sonrisa se abrió paso en sus labios.
-Vaya... debes de estar muy confundido, ¿eh, Ezer? -cerró un puño y lo volvió a abrir, sacudiendo la cabeza con gesto resuelto-. Es la primera vez que me dejas salir en Arcania... -alzó la mirada, como si fuese a seguir simplemente con su camino, pero se detuvo cuando sus ojos se cruzaron con los de Hëkathe. Su sonrisa se ensanchó-. Oh, princesa... Me alegra volver a verte.
-No puedo decir lo mismo -dijo Hëkathe, intentando no parecer demasiado sorprendida ante el súbito cambio de Ezer. Fenrir se puso alerta junto a su ama por si el Ezer de ojos rojos intentaba volver a atacar a la arquera, que toqueteaba la empuñadura de su daga con la mano derecha.
Él hizo un mohín de disgusto ante su reacción, igual que un niño caprichoso. Dejando de lado cualquier tipo de precaución, se acercó a la joven con un par de zancadas largas y la observó detenidamente de arriba abajo. Hizo ademán de cogerla por la barbilla. Ella le agarró la mano y la apretó con fuerza.
-No me toques -murmuró la arquera entre dientes. Sus ojos verdes estaban llenos de rabia.
Fenrir le gruñó a modo de advertencia, pero la única reacción que obtuvo del moreno fue una mirada rápida de desprecio antes de que volviese a fijar su atención en la Guardiana.
-Pensaba que ahora nos llevábamos bien -le reprochó, divertido-. Te ayudé a matar a todos esos hombres... Y me aseguré de no hacerte nada -añadió con voz melosa-. ¿No somos amigos?
Bajó la mano con rapidez y entrelazó los dedos con los de la chica, rompiendo su agarre.
-¿Qué diablos quieres tú? -dijo Hëkathe mientras dejaba que se escabullese-. No me interesan vuestros problemas de personalidad -la voz de la guardiana reflejaba su hastío.
-Qué aburrida... -suspiró, poniendo los brazos en jarras-. Sólo quería hablar contigo sin muertos de por medio -enarcó una ceja. Volvió a sonreírle-. Deja que Ezer te invite a algo. Prometo ser bueno -añadió, colocándose una mano sobre el corazón.
Ella pareció dudar un momento antes de responder.
-Supongo que será la única manera de que pueda ir a entrenar tranquila -respondió Hëkathe con un bufido-. Pero como intentes hacer algo, estás muerto -añadió con voz completamente seria. Fenrir enseñó sus afilados colmillos para reafirmar la advertencia de su ama.
El chico dio una palmada, complacido con su respuesta.

El Descanso del Guerrero estaba considerablemente llena a esas horas, y de la cocina empezaban a salir platos humeantes de comida listos para satisfacer a los Guardianes que habían decidido alejarse durante un rato de las obligaciones que tenían dentro de sus respectivas bases. Encontraron una mesa algo alejada del resto, lo cual les permitía algo de intimidad y algo más de facilidad para hacerse escuchar por encima de las voces del resto. El hecho de que hubiese más gente en el local parecía una especie de seguro para ambos para no volver a atacarse.
Hëkathe pidió una jarra de cerveza y su acompañante indicó con un gesto vago que le trajesen lo mismo, echándose hacia atrás en su silla. Esperó a que les trajesen las bebidas para volver a sentarse correctamente y mirar a la joven con diversión y los ojos ligeramente entrecerrados.
-Necesito saber que estás de mi lado, Hëkathe -le dijo con sencillez.
Ella frunció el ceño y guardó silencio durante un rato, como esperando a que continuase hablando. El chico, sin embargo, le devolvió la mirada sin hacer otra cosa que sonreír. Movía la cabeza con suavidad al ritmo de una música inexistente.
-¿Y qué sacaría yo de todo eso? -preguntó con tono desapegado. Fenrir apoyaba la cabeza en su regazo, y no perdía de vista ni por un instante al joven del pelo negro. Él había optado directamente por ignorarle.
El otro Ezer sacudió la mano como para restarle importancia al asunto.
-Pensaba que una Guardiana sería mucho más... altruista -se rió y dio un trago a su cerveza-. No puedo ofrecerte nada concreto, princesa. Pero ambos sabemos quién te podría resultar más útil de -se señaló a sí mismo- nosotros dos.
"En eso tiene razón -le dijo Fenrir a la guardiana-. Puede ser un poderoso aliado para ti, Hëkathe."
Ella tuvo que asentir a su pesar. Su lobo tenía razón, si conseguía usarlo bien, el Ezer de pelo negro podría serle muy útil
-Digamos que acepto tu amistad -dijo lentamente la arquera-. ¿Qué tendría que hacer por ti?
Los ojos del joven resplandecieron por un instante. Apoyó ambas manos en la mesa y echó el cuerpo hacia delante, acercándose lo más posible a ella para poder bajar, aunque fuese sólo un poco, el tono de voz.
-Mantenle vigilado -susurró-. Hay un pajarraco trasnochado -torció el gesto con disgusto- que parece empeñado en que Ezer aprenda cosas de las que es mejor que se mantenga al margen. Por su propia seguridad, ya sabes. Si pierde el control... podría ser un problema.
Su expresión se ensombreció ligeramente, como si acabase de darse cuenta de esa posibilidad. Aquel ángel había conseguido sellarle sin ningún tipo de inconveniente, y sabía más cosas de las que debería saber sobre él. No quería que Ezer supiese más de lo necesario sobre su existencia. No había planeado un enfrentamiento directo con su parte de pelo blanco.
-De acuerdo -respondió Hëkathe tras reflexionar durante unos instantes, sacándole de sus pensamientos. La joven dio un largo trago a su jarra de cerveza-. Lo mantendré vigilado, pero a cambio, si por algún extraño motivo necesito tu ayuda para cualquier cosa, te pondrás a mi disposición al instante.
Él se rió entre dientes, apoyando la barbilla en la palma de su mano izquierda.
-Me preguntó qué será  lo que puede querer una chica como tú, princesa... -canturreó-. ¿Poder? ¿Venganza? -cerró los ojos y asintió suavemente-. Espero que sea eso. Lo pasaremos bien. Eres muy interesante -hizo una pausa- para ser una humana.
-Y tú eres muy raro para ser lo que diablos seas.
El moreno soltó una carcajada y se puso en pie, rebuscando en sus bolsillos. Dejó un par de gruesas monedas de plata sobre la superficie de la mesa. Miró alrededor, como si esperase reconocer a alguien entre el gentío, pero no pareció encontrarlo. Torció el gesto durante un instante, pero cuando se volvió de nuevo hacia la chica había recuperado la sonrisa.
-Nos vemos pronto, princesa -se despidió, haciéndole a Hëkathe una amplia reverencia.

Ezer despertó con un terrible dolor de espalda. Mantuvo los ojos cerrados durante un rato, mientras el resto de sus sentidos se iban acostumbrado también a la realidad. Tenía frío. Tanteó a su alrededor en busca de su manta, aún intentando recordar qué había hecho toda la tarde anterior. Sus manos identificaron rápidamente el tacto áspero de su capa de viaje.
Abrió los ojos de par en par.
Las ramas más altas de los árboles formaban un entramado complejo sobre su cabeza.
-... ¿Qué demonios...?
Se incorporó pesadamente, dándose cuenta de que su dolor de espalda venía por haber pasado la noche directamente sobre el suelo. Su caballo estaba atado a un árbol cercano, y se movía como si algo le estuviese poniendo nervioso.
Ezer apretó los labios y terminó de ponerse en pie. Le dolían las piernas, así que supuso que tenía que haber estado montando durante bastante tiempo. Miró alrededor, intentando identificar algo en el paisaje que pudiese decirle dónde estaba. Cuánto se había alejado. Tenía la vaga impresión de haber estado allí antes, pero no habría sabido decir cuándo...
Un escalofrío le recorrió la espalda. No tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí, no conseguía acordarse. El bosque a su alrededor empezaba a despertarse, y todo estaba tan tranquilo que incluso resultaba inquietante. Se llevó las manos a la cabeza, confundido, y se dio cuenta en ese momento de que no llevaba puestas las vendas.
Palideció.
-¿Ha sido cosa tuya....? -dijo para sí.
Algo pareció revolverse dentro de él.
¡He vuelto a hacer cosas! Cosas de relleno... ¡Pero cosas al fin y al cabo! Y las estoy pasando ligeramente canutas para subir esto, así que espero que merezca la pena :crying: En fin, esto no habría sido posible sin la ayuda de :iconlordyorch: y todo eso. Gracias por prestarme a tu chica, aunque sea una zorra manipuladora :heart:
Remiel y el pajarraco trasnochado son de :iconhirdael: , pero eso ya lo sabemos todos.

Y sí, es un final muuuuuuuuuy abierto, pero espero poder cerrarlo pronto con otras cosicas~~
© 2013 - 2024 Meru-KeepAlive
Comments5
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LordYorch's avatar
Se ve que lo de pajarraco trasnochado ha calado :D