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1. Llegar a Arcania__Ezer

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Meru-KeepAlive's avatar
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Ezer despertó con el cuerpo entumecido, como si hubiese pasado demasiadas horas en la misma posición. En los diez de trayecto desde Wishënffer hasta Gadda no había tenido oportunidad de descansar en una cama de verdad más que en dos o tres ocasiones, y normalmente no tenía tiempo de aprovecharla demasiado. Sin embargo, cuando abrió los ojos el sol estaba ya bastante alto en el cielo, calculó que debían ser las once o las doce de la mañana. Tendrían que haber salido del pueblo tres horas atrás.
Soltó un quejido entre dientes y se tapó la cabeza con las sábanas, preguntándose por el motivo de su retraso. Normalmente Remiel era muy estricto con los horarios que seguían. Tras unos segundos de remolonear, se puso en pie mientras se frotaba los ojos con cansancio. Estaba solo en la habitación. Solo de verdad.
La cama de su acompañante estaba hecha, y no había ni rastro de los fardos con los que cargaba. Un pesado nudo de preocupación se fue abriendo paso en el pecho del chico, mientras se repetía una y otra vez que seguramente Remiel sólo estuviese desayunando en la planta baja, y que se habría llevado ya las bolsas para ahorrar tiempo.
Mirando alrededor, sus ojos tropezaron con una bolsa de dinero que descansaba sobre la mesa. No estaba allí la noche anterior, y dejarla tan a la vista era una imprudencia. Ezer se acercó a recogerla, y entonces pudo distinguir una nota doblada bajo ella.
-No...
Cogió el fragmento de papel con manos temblorosas. Ya se esperaba lo que iba a tener escrito.

“ Querido Ezer:

Sé que merezco tu desprecio y tu ceño fruncido cuando termines de leer esto, pero hay algo importante que debo terminar antes de proseguir nuestro camino. ¡Podría ser la solución que he estado buscando todo este tiempo! … Te ruego que me perdones por haberte hecho acompañarme en vano, pero te prometo que volveré a por ti, y pronto. He hablado con los dueños de la posada y me han dicho que no habrá problema en que te quedes una temporada, son gente muy amable.
Cuidate mucho, por favor, y no te metas en líos en mi ausencia.
PD: me han dicho que el estofado de jabalí de Gadda es impresionante, asegúrate de probarlo antes de que vuelva.

Att. Remiel”


La leyó dos veces para asegurarse de que no se lo estaba imaginando pero las palabras, como era de esperar, no cambiaron ni un poco. Se había ido. Remiel se había ido.
Sin él.
Su reacción inmediata fue la de pegarle un puñetazo a la pared. Soltó un quejido, sacudiendo la mano, mientras la rabia dejaba paso al miedo.
Estaba solo en una ciudad que no conocía, demasiado lejos de su casa. Cuando había decidido irse con Remiel, en ningún momento se había planteado la posibilidad de que las cosas no fuesen bien. Estaba demasiado emocionado con la idea de poder viajar, y con tener a alguien que le acompañase, aunque no tuviese muy claro a dónde se dirigían. Sospechaba que Remiel estaba en busca de algo de lo que no le había hablado, pero no contaba con que fuese a dejarle atrás a la primera oportunidad...
Suspiró y se frotó los ojos para contener las lágrimas. No quería volver a casa. No tenía nada que hacer allí, y de todos modos seguramente nadie le echaría de menos, pero tampoco le apetecía quedarse en aquella ciudad sin conocer a nadie. Aunque Remiel había dicho que volvería a buscarle...
Decidió que lo primero que debía hacer era preguntarle al posadero si sabía algo más de la marcha de su acompañante. Si tenía un poco de suerte tal vez le hubiese dicho qué dirección pensaba tomar... Terminó de vestirse y se encaminó escaleras abajo con su mejor cara de decisión. Sin embargo, no llegó a la planta baja. Un hombre de mediana edad le interceptó por el camino.
-Esto es para ti, chico -dijo, tendiéndole una carta. Y, antes de que Ezer pudiese preguntar de qué se trataba, volvió a marcharse por donde había venido.
El joven se quedó mirando la carta con el ceño fruncido. Parecía bastante formal, pero él no se escribía con nadie y dudaba que su familia hubiese tenido tiempo y ganas de mandarle aquello. Rompió el sello que la mantenía cerrada, y al suelo cayeron dos sellos (uno azul y uno rojo) que se apresuró a recoger. Eso sí que no podía ser cierto, pero ya leyendo la carta por encima todo parecía confirmar sus sospechas.
Arcania. Guardianes.
Toda su infancia había pensado que aquello no eran más que historias que se inventaba su madre para mantenerles callados, pero ya hacía bastante tiempo que empezaban a llegarle rumores y... Sacudió la cabeza. Se estaban dirigiendo a él como guardián. Los sellos eran la prueba de que no se trataba de una broma. No había visto muchos en persona, pero eran perfectamente identificables.
Abrió mucho los ojos y se llevó una mano a la frente. La marca. Toda su vida preocupado por aquello, y era eso de lo que se trataba. No sabía si debía sentirse aliviado al respecto.
“¿Y ahora qué?” se dijo, mirando alrededor como esperando a que la respuesta cayese del cielo frente a él. No podía hacer como que no había recibido la nota, pero marcharse así de pronto, sin saber nada del asunto...
Pero tampoco quería quedarse allí de brazos cruzados.
Volvió a suspirar y movió los hombros como para recolocarse la camisa. Iría a Arcania. Sólo para ver qué era lo que querían de él allí. Y después volvería a Gadda antes de que lo hiciese Remiel. Estaba dispuesto a esperarle.

* * *

Ezer esbozó una media sonrisa cuando por fin se encontró frente a la posada “El Descanso del Guerrero”. Había tardado más de lo que esperaba en llegar a Vítaca, hasta el punto de llegar a preguntarse en varias ocasiones si estaba siguiendo la ruta correcta. En aquella zona no había mucha gente en los caminos a la que poder preguntar, y en las posadas en las que se había detenido sólo habían sabido darle indicaciones vagas. Sin embargo, por lo general, no había sido un trayecto complicado. Aunque habría agradecido más que nada una cena caliente y una buena cama en la que pasar la noche.
Empujó la puerta con el hombro, y sintió el calor en el rostro nada más poner un pie en el interior. Acompañado de una presión en el pecho por culpa de la nostalgia. “El Descanso del Guerrero” era bastante más grande que la posada de sus padres, y aún así todo era básicamente igual. La gente, el ambiente, los olores. El hombre que estaba detrás de la barra podría haber sido perfectamente su padre. Suspiró, sacudiéndose la nieve del abrigo tras quitárselo. Aunque lo echase un poco de menos, no iba a volver ni a Wishënffer ni a “El Caldero Caliente”. Aún tenía cosas que hacer.
Se sentó en uno de los taburetes que quedaban libres en la barra, cerca de la chimenea, y le pidió al posadero una jarra de cerveza mientras se frotaba las manos para entrar en calor. Al quitarse el grueso gorro de lana, sobre sus hombros cayó una melena de color blanco que hasta entonces había llevado escondida bajo la prenda, y dejó también a la vista el vendaje que le cubría la frente. El posadero le miró de soslayo, pero no dijo nada. Ezer supuso que, a pesar de ser una ciudad más grande que el pueblo del que él procedía, los extranjeros en las tierras del Norte tampoco eran muy abundantes.
Mientras esperaba por su bebida, echó un vistazo alrededor esperando encontrar al hombre con el que debía reunirse según lo que decía la carta. La descripción era bastante vaga, pero aún así no parecía que allí hubiese nadie que encajase en ella. Aunque aún estaba empezando a anochecer, tenía tiempo de sobra para esperarle. Al otro lado del local, un violinista interpretaba acompañado de una mujer lo que parecía una versión obscena de alguna canción religiosa. Eso le distrajo un rato.
El posadero le puso la jarra delante y Ezer sacó un par de monedas de cobre de su bolsa y las dejó sobre la barra, siguiendo con la mirada el movimiento rápido de la mano del hombre al recogerlas. Hizo cuentas del dinero que había gastado en el viaje, y se dijo que si el guardián no aparecía esa noche tendría que buscar un sitio más barato en el que dormir. Dio un sorbo a la cerveza. Era fuerte, y nada más tragarla se dio cuenta del hambre que tenía. Levantó una mano para llamar la atención del posadero y pedir algo de cenar, pero alguien se interpuso en su campo de visión antes de que llegase a decir nada.
-¿No eres un poco joven para estar bebiendo tan temprano?
Ezer se giró hacia su interlocutor, un hombre con edad suficiente para ser su padre que le observaba con atención con el único ojo que tenía a la vista. El otro, tal y como había descrito la carta, lo llevaba cubierto por un parche marcado con un martillo. Tenía el ceño ligeramente fruncido, y hablaba con un fuerte acento que se marcaba sobre todo en las erres. Abrió la boca para decir algo, pero el hombre se le adelantó.
-¿Eres Ezer Haech, muchacho? -preguntó, sentándose en el taburete que había libre a su lado. El chico asintió-. Mi nombre es Polov, he venido...
-Sí, ya me lo han contado -le cortó él, molesto porque le hubiese llamado “muchacho”.
El hombre torció el gesto con disgusto y le pidió algo al posadero en un idioma que Ezer no entendía. Volvió a evaluar al chico, que se revolvió incómodo en su asiento.
-Deberías cuidar esos modales -le advirtió.
Él inclinó la cabeza, avergonzado. No quería empezar con mal pie.
Polov, a pesar de su edad, tenía el cabello de color oscuro, sin rastro de mechones encanecidos, y su complexión seguía siendo la de un guerrero. Sin embargo, no era demasiado corpulento. Parecía más bien un tipo ágil que alguien que está en primera línea de batalla. Vestía un pesado abrigo de piel oscura, aún a pesar del calor de la taberna. Todo en conjunto componía una imagen más bien llamativa, pero parecía que a nadie le llamaba la atención. Seguramente fuese un cliente habitual.
El posadero le trajo finalmente una jarra llena hasta el borde de un líquido de color rojizo que Ezer, a pesar de haberse pasado media vida sirviendo licores, no supo identificar. Polov vació el contenido en dos tragos y volvió a dejar la jarra en la besa con un golpe brusco. El menor dio un bote en su asiento.
-Ven -le dijo a Ezer, poniéndose en pie-. Será mejor que hablemos de esto en mi habitación.
-¡S-sí!
El chico recogió sus cosas y le siguió con paso rápido escaleras arriba. Polov no había pagado la bebida, pero no hizo ningún comentario al respecto. Las habitaciones de la posada eran bastante espaciosas, poco amuebladas. Al otro lado de la ventana ya era noche cerrada. Polov esperó a que entrase para cerrar la puerta a sus espaldas, no sin antes comprobar que no había nadie en el pasillo que les hubiese seguido.
-Bien. Antes de nada necesitaría ver tu marca para asegurarme -le pidió el hombre, mirándole directamente. Eso le incomodaba. Ezer estaba poco acostumbrado a que las personas intentasen constantemente mantener contacto visual directo con él.
Inconscientemente, se llevó las manos a la frente como para comprobar si aún llevaba las vendas.
-No creo que eso sea necesario... -dijo con un hilo de voz-. Sabes que soy yo. Tengo la carta de Haru.
-Podrías habérsela robado -chasqueó la lengua-. Vamos, vamos, muchacho, no tengo toda la noche. Es algo normal, somos guardianes -se señaló el pecho-. Sería bastante absurdo que la siguieses escondiendo una vez estés en Arcania...
Ezer apretó los labios y desvió la mirada. Escuchó que Polov se acercaba a él, y se encogió en sí mismo cuando las manos del mayor empezaron a deshacer el vendaje. No opuso resistencia, porque sabía que no tenía nada que hacer contra él, pero tampoco hizo ademán de ayudarle. Polov dejó caer las vendas al suelo y examinó la marca con atención.
-Te llevaré al puerto mañana cuando amanezca -dijo-. Desde ahí tardarás tres días hasta el cabo en el que se abre la ruta en la montaña. Eso será un día más. Si no te desvías del camino y no haces cosas raras, estarás en Arcania en el plazo acordado.
Al terminar la frase, se dio la vuelta y abrió la puerta del dormitorio como indicándole al chico que ya podía irse. Ezer recogió las vendas del suelo y se las ató de cualquier manera, avergonzado, antes de salir de allí. La marca en su frente era la única parte de su cuerpo que realmente nunca habría querido mostrarle a nadie. Lo habría pasado mejor si le hubiesen ordenado desnudarse.
-¡Cuando amanezca! ¡No te duermas! -le repitió Polov a gritos mientras él atravesaba el pasillo con paso rápido.

* * *

Mientras estaba en el barco, sentía que jamás conseguiría llegar al cabo que marcaba a frontera con Arcania. El tiempo era apacible, sí, y el hecho de disponer de un sello que mantuviese la embarcación en movimiento resultaba muy útil... Pero se sentía terriblemente solo. Polov sólo le había dado un par de indicaciones escuetas antes de salir, junto con un sello que mandaría el barco de vuelta cuando él llegase a tierra. Ni siquiera se había despedido en condiciones.
Intentaba buscar algo con lo que matar el tiempo, pero hiciese lo que hiciese siempre terminaba volviendo a lo mismo: a releer una y otra vez la pequeña nota de Remiel, que ya se sabía de memoria.
“Pero te prometo que volveré a por ti, y pronto... Cuidate mucho, por favor, y no te metas en líos en mi ausencia”. Aún no sabía si podía confiar en que volviese, pero esperaba que las cosas Arcania no se demorasen demasiado. Por si acaso, había dejado un mensaje en la posada para él. Necesitaba volver a verle, aunque fuese sólo para reprocharle que no se hubiese despedido.
Finalmente desembarcó frente a las montañas. Después de mandar el barco de vuelta, colocó el sello rojo sobre la superficie de piedra y esperó a que se abriese el paso de acceso. La única razón por la que se había dirigido al norte en lugar de ir hacia la capital era porque no le apetecía lo más mínimo pasar cinco días bajo tierra. Uno ya le parecía demasiado.
Encendió un farol y, tras unos minutos de descanso, se adentró en el interior de la tierra. Supuso que lo mejor sería hacer el camino deteniéndose únicamente lo necesario, para no perder el tiempo, así que hizo las pausas justas para comer y echar una rápida cabezada. Aún así, el trayecto fue penoso. El camino por el interior de la montaña alternaba cuestas empinadas con bajadas abruptas, y la escasa luz del farol no le ayudaba mucho a no tropezar. Cuando por fin llegó al otro lado, habría besado el suelo de la alegría si no le hubiese preocupado no volver a levantarse por culpa del cansancio. Agradeció a sus antepasados el haber salido con vida de aquella montaña mientras arrastraba su cuerpo hacia la gran plaza de Arcania. Tenía las manos en los bolsillos, una aferrando con fuerza la carta del guardián del Castillo, la otra sujetando la pequeña nota de Remiel.
Frente a sus ojos, suspendido sobre las aguas, estaba el palacio de los Humanos.  Respiró hondo y se dirigió con decisión hacia el puente rojo, esperando a que éste se extendiese hacia tierra.
Primera entrada para el rol de :iconcuentos-por-colores:
Remiel es de :iconhirdael:
Como introducción a la historia y blablablabla, está [link]
Comments10
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LordYorch's avatar
Empiezo con la única pega. Creo que en esta frase falta un "de": pero esperaba que las cosas Arcania no se demorasen demasiado.

El texto está muy bien, creo que has hecho un gran trabajo de inmersión psicológica con Ezer, que no me parece tan homosexual, solo está dolido porque su nuevo amigo se hubiese ido sin él. La culpa es de los mensajeros de Arcania por no llegar simultáneamente. Os odian por ser mestizos fijo :D

Estoy deseando ver el reencuentro entre Ezer y Remiel en El Castillo de los Sueños.